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En mi infancia fui un niño obeso. Desde que nací me he criado grande, tanto en altura como en volumen, pero con el paso de los años, empecé a engordar hasta el punto de que casi llega a descontrolarse, ya que cuando tenía aproximadamente 10 años estuve cerca de los 90 kilos.
Es cierto que no seguía una dieta muy estructurada. Mis padres trabajaban mucho y no tenían todo el tiempo de cocinar, por lo que muchas veces recurríamos a cualquier alimento rápido de hacer para las cenas y comidas. Sin embargo, no considero que me alimentase especialmente mal, pero teniendo en cuenta que en mi familia todos hemos tenido sobrepeso, supongo el factor genético sumado a los malos hábitos me llevaron al extremo de tener serios problemas de movilidad debido a mi sobrepeso.
Los problemas de movilidad cuando padeces obesidad parecen algo obvio, ya que se sobreentiende que si ocupas un volumen excesivo y eres más pesado te moverás y coordinarás con más dificultades, pero va más allá de las limitaciones motoras, ya que puede derivar en patologías serias.
En mi caso, con 11 años me diagnosticaron un deslizamiento en la cabeza del fémur, una enfermedad más habitual de lo que parece en preadolescentes y que se da más frecuentemente y con mayor gravedad en niños con sobrepeso u obesidad.
Esta patología me provocaba fuertes dolores en la cadera y en la rodilla y me impidió estar prácticamente 2 años sin poder moverme con soltura y sin dolor.
Además de la desviación del fémur, también sufrí lo que más tarde supe que se llamaba trastorno del desarrollo de la coordinación, ya que nunca me lo llegaron a diagnosticar. Este trastorno me provocaba problemas de coordinación y torpeza, lo que suponía que me limitaba la capacidad de realizar actividad física y esto contribuía a que me resultaba más complicado perder peso por la falta de movilidad.
