0
Desde que era muy pequeño he sido un niño muy activo y alegre. Me encantaba jugar con mis amigos. El fútbol era y es mi pasión, y pasaba muchas horas practicándolo, por lo que podría decirse que he tenido una infancia activa.
Nunca he sido muy alto y desde bien niño siempre he estado muy delgado, bastante más que mi círculo más cercano, en parte porque comía bastante poco y estaba siempre muy activo.
Esto llego a crearme algo de complejo y empecé a comer mucho, comía hasta cuando no tenía hambre, ya que pensaba que cuanto más comiese, más iba a crecer. El problema es que, aunque comía de todo, empecé a ingerir con regularidad alimentos ultraprocesados, bollería industrial, mucha grasa de origen animal, fritos…
Como estaba muy delgado, mis padres no me privaban de nada, ya que estaban acostumbrados a verme comer poco y para ellos era una alegría que de repente se me hubiese abierto el apetito.
Cuando tenía más o menos 9 años, el metabolismo me cambió y dejé de ser el niño bajito y delgado. Empecé a engordarme considerablemente hasta llegar al punto que, con 11 años, llegué a pesar casi 70kg, un peso muy elevado teniendo en cuenta que nunca he sido muy alto.
A partir de los 12 años aproximadamente, empecé a sentirme raro. Notaba que me cansaba más, siempre tenía sed y cada vez más hambre. También, en muchas ocasiones, tenía un aliento muy fuerte y desagradable. Ni mis padres ni yo le dimos mucha importancia, ya que son síntomas que achacamos a cualquier cosa que hubiese hecho en días anteriores o a la pubertad que estaba a punto de llegar.
En una de las revisiones anuales, mi médico me mandó hacerme un análisis de sangre rutinario, ya que hacia bastantes años que no me hacían uno. A raíz de estos análisis fue cuando me detectaron altos niveles de azúcar en sangre y tras hacerme otras pruebas, acabaron concluyendo con que mi cuerpo no metabolizaba el azúcar correctamente, o dicho con otras palabras, me habían diagnosticado diabetes tipo 1, algo que me acompañaría el resto de mi vida.